Bardo

Bardo: El regreso y las raíces

“No construí o diseñé un personaje, era yo, yo, yo todo el tiempo, así que estaba realmente libre”.

Por David Evans

Se estrenó la nueva película de Alejandro González Iñárritu: Bardo, falsas crónicas de unas cuantas verdades. Motivo ideal para realizar un análisis de este regreso a México de uno de los mejores directores.

Bardo inicia cuando el documentalista, Silverio Gacho, protagonista y alter ego de Iñarritu para la cinta, regresa a su México natal para recibir un premio, viaje el cual terminará en una crisis existencial el cual lo hará inspeccionar toda su vida y traspasar hasta la vida del mismo director.

Desde que inicia el film se logra sentir un toque sumamente personal en la obra. Incluso para cualquiera que sea conocedor de la vida de Alejandro podrá entender ciertas referencias en la vida del mismo.

Hablando del aspecto técnico es simplemente increíble. Esta vez, Alejandro dejó ir a su último colaborador cinematográfico, Emmanuel Lubezki, recurriendo para la dirección de fotografía al franco-iraní Darius Khondji (Amour, Uncut Gems), quien realiza un trabajo impecable y bellísimo en cada fotograma de la obra. El uso de lentes grandes angulares en la película crea una deformidad en la imagen que le brinda un aspecto onírico a la película. La fotografía se encuentra acompañada con movimientos suaves y coreografías planeadas milimétricamente.

Iñárritu prácticamente utiliza todo tipo de planos y movimientos de cámara para su cinta; travellings laterales, cámara en mano, dollys, grandes planos generales, primeros planos, demostrando de lo que es capaz y lo que la experiencia le ha enseñado en el quehacer cinematográfico, todo esto en un viaje hacia el interior de su creador y un análisis sobre su vida.

Es en este aspecto personal del filme se afirma que Bardo no es una cinta para todo mundo; inclusive me atrevo a decir que es una cinta que Iñárritu realizó para el mismo Iñárritu. En esta cinta se habla por casi 3 horas sobre su narcisismo, su mexicanidad, su trabajo, los premios y la relación con su familia.

Es una película que habla sobre un hombre con muchas contradicciones, ama México pero vive en EEUU, país que no siente mucho agrado pero agradece ya que fue el país que le ha dado su carrera y los premios, que simpatiza con los pobres pero vive rodeado de ricos. Este aspecto le da un toque mucho más humano a la cinta y permite entenderlo como persona.

Bardo no es para apreciar una trama, es para acompañar a Alejandro en una travesía a sus sueños, sus miedos y sus pensamientos. El problema llega cuando esta introspección en su persona es, tal cual lo dice en el subtítulo, una crónica de unas falsas verdades. En la película no se muestra por completo a un Iñárritu real, simplemente muestra diversos aspectos de su vida los cuales él mismo quiere mostrar al público.

Es en ese instante en el cual la película puede llegar a sentirse sumamente pesada, tanta autocomplacencia puede llegar a cansar si es, sobre todo, la primera vez que la ves sin tener idea de qué es lo que se está apunto de presenciar. El tiempo dirá si la cinta es pretenciosa o no, pero lo que no se puede negar es que es una experiencia que debe de sentirse y apropiarse, adueñarse del sinsentido y las metáforas. Trata temas universales que, si bien tiene un contexto diferente, puede sin problemas conectar con la realidad del mexicano o latinoamericano promedio.

La actuación de Daniel Giménez-Cacho es espectacular, se siente natural y verdadera, es la que logra mantener el sentido en lo surreal de los espectaculares ambientes de Eugenio Caballero. Giménez-Cacho muere en el proceso actoral y renace como Silverio Gacho, el alterego de Iñárritu, como mencionó el mismo Iñárritu; “era yo, yo, todo el tiempo”, y esto logra traspasar su actuación, se mira a Iñárritu teniendo esta crisis y dialogando sobre las temáticas que han estado en toda su filmografía.

El diseño de arte en el film contiene ciertos lugares y planos que recuerdan a películas míticas que tratan la misma temática de autoficción, 8 ½ de Federico Fellini, tomando los aspectos oníricos, del ruso Andrei Tarkovsky la fotografía y ciertas locaciones; el metro sumergido en agua y la casa repleta de arena recuerdan a los planos y locaciones de Stalker (1979) del soviético, incluso hay un plano que parece casi calcado de El Espejo (1975) del mismo director, siendo esta una en la cual una mujer en su cama, dormida, empieza a levitar.

En conclusión, Bardo: Falsas Crónicas De Unas Cuantas Verdades es un relato personal, onírico y con una belleza impecable, una proeza técnica, aunque el fondo del film llegando a ser algo controversial y pudiendo caer en la pretenciosidad, pero sin duda es un film importante en la filmografía de Iñárritu y que debe apreciarse para poder adentrarnos mucho más en su persona y experimentar lo que el equipo mexicano ha sido capaz de construir.