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Llega retrospectiva de Everardo González a la Cineteca

La obra de Everardo González ha transitado por 20 años por desde el interés etnográfico hasta la reconstrucción histórica de archivo.

En el contexto de un cine mexicano que buscaba renovarse, y lograba después de al menos un par de décadas reinstalarse en un sitio de prestigio que se había desdibujado, una generación de jóvenes cineastas, equipados con una tecnología digital en ascenso y abiertos a experimentaciones tanto formales como temáticas, hacían su aparición en el panorama fílmico nacional.

Con el apoyo de Artegios, productora y distribuidora mexicana especializada en cine documental, la Cineteca Nacional presenta esta retrospectiva completa del trabajo realizado hasta el momento por el director mexicano, que se presentará en las salas del recinto de Xoco a partir del 13 de agosto, quien se ha convertido ya en una de las voces más importantes del documental internacional.

No buscaban conquistar las carteleras ni acaparar los premios de mayor reputación, sino explorar la realidad que les rodeaba a partir de un espacio en cierto modo alejado del interés popular: el documental.

De esa generación, con nombres que hoy son considerados como piezas refundadoras de la no-ficción mexicana, como Juan Carlos Rulfo, Eugenio Polgovsky, Mercedes Moncada o Pedro González-Rubio, una figura destaca como referente a casi veinte años de distancia y frente a un contexto de producción diverso: Everardo González.

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Su trayectoria, estilo puedan ser definidos con facilidad. Mantiene un curso zigzageante, impredecible, poco susceptible de ser leído bajo los axiomas de esa crítica que pretende ver “evolución” en el trabajo de todo autor.

De alguna manera, puede verse como un cine de combate, pero no desde las banderas de la militancia tan usuales en el documental, ni a partir de la radicalidad de la forma que muchas veces caracteriza la búsqueda en la no-ficción, sino a través de una mirada que lucha desde distintos flancos por ofrecer justicia y honestidad en el registro del mundo que le rodea.

A lo largo de casi veinte años, la obra de Everardo González ha transitado por terrenos que van del interés etnográfico (La canción del pulque, 2003) a la reconstrucción histórica de archivo (El cielo abierto, 2011; Los ladrones viejos, 2007), y de la inmersión poética del espacio natural y su relación con el ser humano (Cuates de Australia, 2011; Yermo, 2020) al horror social de la violencia y la política putrefacta en el México contemporáneo (La libertad del diablo, 2017; El paso, 2015). Casi siempre con resultados notables que convierten a esas películas en ejemplos destacados de cada género.