
La Palma
A causa de un hongo que la mató, se va toda una época de la historia, aquella ligada al México posrevolucionario.
Por: Doctora Lilian Briseño Senosiain.
El pasado 24 de abril se nos fue la Palma de la Ciudad de México. Sí, esa que fue sembrada en algún momento entre 1865 y 1920, en el lapso que pasó entre que se construyó aquella glorieta y la primera foto que registró a una pequeña palmera en su centro. Si contamos su historia a partir de este último año, resultaría que este árbol acompañó la vida de la capital por poco más de un siglo y que fue protagonista, por lo mismo, de los más importantes sucesos que acontecieron ahí.
A la Palma le tocó presenciar, por ejemplo, cómo Paseo de la Reforma se convirtió en el mayor referente de la ciudad, la avenida más significativa del país y, quizá, una de las más bellas del mundo. Fue testigo de cómo esta vía se fue llenando de automóviles que poco a poco fueron saturando su espacio y asfixiando el aire que necesitaba para respirar. Pero también, pudo constatar cómo es que aquel sendero que fue proyectado desde los tiempos de Maximiliano y desarrollado como un moderno camino en el porfiriato, siguió su propio crecimiento y desarrollo. Así, si en un principio sólo estaban las glorietas de El Caballito, Colón, Cuauhtémoc, La Palma y el Ángel -como todos conocemos a la Columna de la Independencia-, conforme fue creciendo la ciudad y con ella la avenida, se sumaron a éstas la de La Diana y la de Petróleos, tan solo en el trayecto que corre de Av. Juárez al Periférico.
Y ya por su ubicación o por su belleza, en los márgenes de Reforma se ubicaron, desde que se urbanizó, las casas de los ricos porfirianos que, con un nuevo sentido arquitectónico, ubicaban los jardines al frente de los predios para dar aún más amplitud a la avenida. Y este Paseo se fue extendiendo aún más rumbo al poniente de la Ciudad hasta llegar hoy en día a la moderna zona de Santa Fe, consolidándose, así, como el lugar favorito para que las élites capitalinas construyeran sus casas desde entonces.
La foto de la Palma de 1920 que hemos mencionado muestra apenas una pequeña palmera en el centro de la glorieta. Simbólicamente, fue creciendo de la mano de la ciudad. Y mientras ésta lo iba haciendo en todas direcciones de forma anárquica y sin ningún lineamiento aparente, la Palma crecía hacia el cielo, acompañando a los capitalinos en su devenir centenario. Llegó a alcanzar una altura considerable; tanto, que lucía orgullosa en su glorieta, sin desmerecer nunca al lado de los monumentos que adornaban también Paseo de la Reforma.
La glorieta de la Palma nunca tuvo estatua o construcción alguna en su superficie. E independientemente de si hubo o no la intención de que así fuera, el resultado no pudo ser mejor, pues la capital rendía tributo, a través de esta palmera, a la naturaleza, incluso en tiempos donde no se valoraba tanto como ahora el respeto al medio ambiente.
Con su retiro, a causa de un hongo que la mató, se va toda una época de la historia, aquella ligada al México posrevolucionario, que dominaría prácticamente todo el siglo XX, y que dio la bienvenida, en el XXI, a un país más plural y democrático. La Palma no aludía a ninguna historia oficial que contar, e incluso es difícil ubicar la suya pues hasta su nacimiento es incierto; sin embargo, fue fiel acompañante de los múltiples avatares de la ciudad, y se ganaría, por derecho propio, un lugar en la historia capitalina de donde se convirtió en uno de sus íconos. Toca ahora reemplazarla en el corazón de la CDMX con otro árbol y, al hacerlo, rendir con ello tributo a esta palmera centenaria.