MANIFESTO
“Hoy en día, ya se ha dicho todo, por lo que es difícil encender la chispa de una provocación real” – Julian Rosefeldt
A lo largo de 13 diferentes interpretaciones, Cate Blanchett se transforma de manera camaleónica para declamar en un monólogo imponente una crítica a diversos movimientos artísticos modernos, en donde encontramos el dadaísmo, Fluxus, Pop Art, los trabajos de Marx, Engel, y la teoría fílmica de Lars Vontrier.
La película empieza sin pelos en la lengua, sin justificación por aquellas escenas y personas que vemos, dejando que nosotros saquemos sentido de lo que se nos presenta. Paulatinamente, el propósito de Manifesto se vuelve muy claro: expresar pequeñas tesis mediante collages en diferentes situaciones y paisajes de Alemania, donde diferentes realidades sirven de escenario para ejemplificar aquello que Cate Blanchett declara.
Blanchett pasa de ser una maestra de escuela primaria a una punk, de presentadora de noticias en televisión a hombre indigente, de elitista presentadora en una galería de arte a una trabajadora en una fábrica. Estos personajes le sirven- de manera obscura a veces, y otras cómica- como canales para presentar su manifiesto: una invitación a verdaderos artistas a reconsiderar la política, la filosofía, el propio mundo del arte, el sistema económico.
“Ojalá Manifesto pueda recordarle a la gente que si quieren decir algo, deberían asegurarse de que es agudo e inteligente antes de que abran la boca”– Julian Rosefeldt
En esta mescolanza de situaciones, belleza visual y sermón hacia la audiencia, nos encontramos que aunque no tenga mucho sentido narrativamente, todos los manifiestos tienen en común el tema de destruir el pasado y crear algo nuevo, la crítica a la burguesía, la industria cultural y el desafortunado remonte de el estilo y las tendencias de comercialización a un arte verdadero.
“Haz un arte que sea verdadero, aunque no sea honesto”, dice Cate Blanchett en un salón repleto de niños de primaria, quienes replican que sí colectivamente.
Este es un punto clave en Manifesto: el sacar fuera de contexto diálogos y discursos en situaciones que conocemos muy bien; el declamar esta compleja convergencia de de intelectualidad en un discurso frente a un entierro, en el rezo antes de una comida familiar, como instrucciones a bailarines en un teatro, como una voz a través de las bocinas de un edificio epidemiológico.
Aunque a veces se cae en una monotonía en donde las palabras parecen el discurso rebelde de algún adolescente brillante, la inesperada comicidad de la película, precedida por la brutalidad y honestidad de una crítica al elitismo del arte y a las reglas nacidas de este que lo limitan, nos enfrentamos a una gran ironía frente a este filme.
No muchos podrán entender la película. Los temas que toca son tan complejos y específicos que no pueden conocerse por el público común- solo aquellas personas con ciertos estudios en arte, filosofía y economía podrán comprender; no obstante, incluso aquellos que tengan que atravesar lentamente el campo minado de referencias a diversos trabajos, disfrutarán del guión y de la interpretación de Blanchett.
Este monólogo resulta ser, después de todo, un debate contra todos aquellos intelectuales y contra los estándares y reglas del mundo que “hacen que nada sea original.” Julian Rosefeldt nos dice de manera desesperada que el arte ha dejado de ser verdadero, ha dejado de ser sincero, porque su génesis y propósito ya no tienen sentido.
Algunos saldrán del cine con un nuevo vigor, alentados por la pasión creativa del director y escritor. Otros saldrán muy confusos, sin entender a qué viene tanto rollo acerca del simulacro o el arte cotidiano de los objetos mundanos; pero con optimismo, casi todos disfrutarán de cómo lo absurdo, lo divertido, lo obscuro y lo honesto de la película se unen para volverse una nueva corriente del pensamiento.