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Reportajes Periodísticos: Bajo presión

“No puedes ser la mejor en la escuela y al mismo tiempo la mejor bailarina”.

Son las 4:50 de la mañana, ella se levanta de la cama, prepara sus cosas y desayuna. Tiene el tiempo medido para llegar al entrenamiento de las 6:00 a.m. A veces entrena dos horas y media, otras hasta cuatro. Apenas recupera su aliento y se dirige a clase, una jornada académica que puede durar hasta las 3:00 p.m. Tiene una hora para comer,  después continúa la práctica del ejercicio. A las 6:00 p.m. empieza a hacer sus tareas y convive un  rato con su familia, si quiere sobrevivir al día siguiente, su límite son las 9:30 p.m. El despertador le avisará cuando sea hora de comenzar de nuevo.

Cuando le preguntan su secreto para alcanzar un equilibrio, suelta una leve sonrisa y niega la cabeza. Recuerda una conversación reciente, pues ella también se lo ha preguntado. ¿Su conclusión? Es complicado y no se puede tener todo. 

A veces le dan ganas de tomar más clases extracurriculares o entrar a un grupo estudiantil para ampliar sus oportunidades, pero hasta para socializar con los amigos hay que tener tiempo. Al inicio del semestre su cuerpo resiste, se adapta, aunque sabe que, en algún punto, le fallará. Se hará más susceptible a lesiones, el rendimiento será cada vez más difícil de alcanzar y aparecerá la frustración. Con ella misma, con sus compañeros de equipo, con sus familiares y sus amigos.

Esta es la vida de Daniela, una estudiante y bailarina, integrante de la compañía de danza actual de su universidad. Tiene escasas 24 horas para encajar las responsabilidades que involucran cursar una carrera profesional y entrenar un deporte de alto rendimiento.

De los 500 estudiantes que pertenecen a equipos representativos en el área de deportes en su institución universitaria, Daniela no es la única, se trata de un patrón. Aún con una estricta planeación de su rutina diaria, llega un punto en que el cuerpo pide un descanso que los deportistas representativos no se pueden permitir. Por el desgaste físico no tienen la energía para retener la información de sus clases, tienen que desvelarse para compensar, y no completan sus horas de sueño para recuperarse en una dinámica que se repite al siguiente día.

“La práctica continuada y sistemática de un deporte significa para la persona adaptar su vida completa a eso como una prioridad. Y a partir de ello, va a haber un impacto en las otras dimensiones, tanto en la familiar como en la personal”, afirma Mónica Álvarez, especialista con más de 20 años de experiencia en atención y tratamiento de atletas.

El fenómeno del “sobreentrenamiento”, conocido también con el término en inglés “burnout”, se puede definir como un agotamiento físico y emocional originado por las altas exigencias del ambiente competitivo. En estudios previos realizados a deportistas universitarios se ha encontrado una presencia de sintomatología relacionada en más del 80% de los examinados.

En la dimensión psicológica, el burnout se manifiesta en la forma de depresión, ansiedad, baja autoestima, culpabilidad y frustración. Es el caso de Fernando, estudiante de ingeniería y practicante de atletismo, quien comenta que suele presentar un alto nivel de estrés que, combinado con una lesión crónica de la que no se ha podido recuperar desde hace un par de años, perjudica su estabilidad emocional.

“Perdí el interés en el deporte. A pesar de que podía entrenar no iba o me costaba mucho trabajo ir a terapia, tuve problemas con mis papás como con mi pareja, porque yo estaba demuy mal humor, no era amigable”, declara Fernando.

Además, suele presentarse una falta de motivación,  compromiso, actitud negativa y absentismos. “Llega un punto en el que como que te metes mucho en el papel y todo el tiempo te sientes mal, todo el tiempo te sientes triste”, narra Daniela. Afirma que la época de competencias suele ser especialmente complicada, pues los entrenamientos son más pesados y el tiempo de recuperación es mínimo.

“Esta práctica que antes a lo mejor era satisfactoria, deja de serlo desde el punto de vista fisiológico, pues en vez de darse esta súper compensación o adaptación positiva alentrenamiento, se da lo contrario”, añade Álvarez. También detalla que esto puede derivar en mayor vulnerabilidad ante lesiones, consumo de sustancias, problemas alimenticios y conductas de riesgo a la hora de entrenar.

Todos estos elementos, al ser acumulados, pueden llevar a una disminución en la calidad de vida del deportista y, en última instancia, al abandono de la actividad física. Adolfo, integrante del equipo de animación y porras, coincide en que ha considerado dejar de hacer alguna actividad, ya que no puede dedicarle el tiempo que quisiera a sus otras actividades y relaciones personales.

“Yo antes entrenaba clavados en CEFORMA, en la Conade, con los mismos profesores que entrenaron a Paola Espinosa y a Rommel Pacheco, y pues era un deporte de muy alto rendimiento. De hecho, la razón por la que me tuve que salir es porque yo tenía que decidir entre si aplicarme más a eso o a la escuela”, recuerda Adolfo, quien terminó por abandonar el ejercicio de los clavados para priorizar la educación.

Ante las exigencias por elevar el nivel deportivo y obtener reconocimientos en las competencias, los entrenadores también son presionados para entregar resultados por las instituciones para las que trabajan. Aunque suelen estar conscientes de los daños que les causan a sus deportistas, tienden a catalogarlo como algo normal y pasan de largo con tal de llegar a las metas planteadas. Existe una cultura en el ámbito deportivo que glorifica el sacrificio en la que los entrenadores se formaron y que, desafortunadamente, siguen perpetuando.

Un factor crucial para que estos problemas no escalen de forma desproporcionada es la adecuada orientación por parte de especialistas. Si bien las instituciones universitarias privadas cuentan con las instalaciones y el personal capacitado, el acceso no es tan sencillo como parece. La difusión de la información acerca de los servicios es deficiente y, en ocasiones, los deportistas no están enterados de la atención que pueden recibir.

Los entrenadores, por su parte, prefieren mantener a los estudiantes desinformados para evitar tenerlos fuera del entrenamiento sin reconocer que su método de enseñanza requiere cambios considerables. Sin embargo, aún cuando se tiene la información, el estudiante tiene que elegir entre ir a una sesión de terapia u ocupar ese tiempo para descansar o completar alguno de sus tantos pendientes.

Los involucrados en el ambiente deportivo saben que es un problema latente, que pueden haber experimentado ellos mismos, pero realizan acciones concretas para combatirlo porque está estructuralmente normalizado. Esto permea hasta en los medios de comunicación, donde las historias alrededor del deporte suelen ser idealizaciones del triunfo que dejan en segundo plano los sacrificios necesarios para conseguirlo.

Recientemente se han visto más deportistas que han llegado a un límite en el que tienen que optar por dejar a un lado su reconocimiento público para colocarse ellos mismos como prioridad. Así ocurrió en los recientes Juegos Olímpicos de Tokio 2020, donde la gimnasta Simone Biles tomó la decisión de abandonar la competencia a la mitad por la presión que venía con la expectativa de ser la mejor en su categoría.

“Es hasta ahora que atletas olímpicos han abierto el tema de la salud mental, pero antes estaba incluso hasta vetado, no podía ser. Esto significaba el fin de una carrera deportiva, ir en contra de algo. Entonces era un modelo muy autoritario de ejercer el deporte”, concluye la especialista Mónica Álvarez.

Aunque el mundo deportivo profesional sirve como un ejemplo optimista para mostrar la renovada atención que la salud mental está acaparando en la discusión pública, el deporte universitario presenta necesidades distintas que lo hacen ser un asunto que debe atenderse por separado.

Los atletas universitarios no tienen un solo enfoque. Están en una edad en la que apenas se están encontrando a si mismos, el desarrollo biológico no ha terminado y el emocional se encuentra en constante construcción. Algunos quizás aspiran a tomar el paso hacia el deporte profesional, otros solo tienen una responsabilidad más producto de una beca para continuar sus estudios. Ni Simone Biles, ni el deportista más famoso tendrá un impacto significativo en las instituciones educativas que pretenden velar por el bienestar entre discursos y acciones incompletas mientras exprimen a sus estudiantes en grupos representativos para alcanzar su propia gloria.

Créditos:
Entrevistas – Diego Vazquez y Paloma Icaza.
Guión – Diego Vazquez y Paloma Icaza.
Investigación – Diego Vazquez y Paloma Icaza.
Voz – Diego Vazquez y Paloma Icaza.
Producción – Diego Vazquez, Paloma Icaza, Ramses Jimenez y Aura Jasso.