El sueño jipiteca de Avándaro
La década de los 50 del siglo pasado vio nacer al rock and roll, aunque sus orígenes se rastrean décadas, y quizás siglos antes
Por: Juan Carlos Olmedo
La década de los 50 del siglo pasado vio nacer al rock and roll, aunque sus orígenes se rastrean décadas, y quizás siglos antes, de que el descafeinado Bill Halley entonara el Rock Around the Clock y de la mundialización iconográfica de Elvis y de los Beatles. La herencias primigenias del rock provienen del sur de Estados Unidos: blues, jazz, soul y góspel, expresiones afroamericanas que emergieron como respuesta al esclavismo y la invisibilización.
La llegada del rock a México
El rock llegó, a través del cine, a un México tradicional y autoritario que soñaba con ser moderno y se alejaba de la revolución. La clase media urbana abrazaba el american way of life o soñaba con la esperanza de la Revolución Cubana.
La primera versión de rock mexicano fue a partir de exitosas traducciones-adaptaciones, que transformaron letras y mantuvieron música y ritmo original. Muy pronto se improvisó un nuevo sistema de estrellas que llegó a la televisión, la radio, el cine y los “cafés cantantes”.
Juventud rocanrolera mexicana
La juventud rocanrolera mexicana se gestó desde los medios y bajo el estereotipo de lo políticamente correcto. privilegiando los arquetipos de una juventud blanca, inocente, y obediente. Los locos del Ritmo, los Teen Tops y otros, entronizaron un edulcorado mainstream, mientras que la rebeldía del Rhythm and Blues Javier Bátiz, Santana y del Three Souls, se confinaron al a los hoyos funkies de las periferias y fronteras.
El rock en los sesentas
En los sesentas, la estructura vertical del poder político priista chocaría con el pensamiento libertario de una generación universitaria que buscaba descubrir sus propios caminos. El rock se volvió una suerte de vehículo de comunicación generacional; se electrificaron junto a los Stones, se contagiaron de la psicodelia del “summer of love,” y se comprometieron con la poesía de Dylan. Los sesentas fueron eso, enormes luces y terribles sombras, en el caso de México, la más obscura de ellas fue el brutal despertar en Tlatelolco 1968.
El sueño jipiteca de Avándaro
Tras la brutal represión en Tlatelolco y del Jueves de Corpus, el rock aventuró un camino para una juventud desolada. El célebre y efímero Festival de Rock y Ruedas en Avándaro fue un oasis nunca imaginado por las televisoras y refresquera que lo organizaron, tras la reunión de más de cien mil jóvenes de diversos estratos sociales, cuya intención era compartir el rock, la sexualidad y la libertad y repudiar el autoritarismo. Las bandas, la lluvia y las fallas técnicas fueron lo de menos, pues no impidieron la comunión de las y los jipitecas.
Avándaro no terminó en represión, pero después del “escándalo” que consignaron los medios por el desenfreno de los jóvenes, las opciones para el rock mexicano se clausuraron, se vetó en los medios, se prohibieron los conciertos, se estigmatizó a los jóvenes, pero nunca pudieron acabar con el rock, expresión que resurgirá con enorme fuerza quince años después.
Foto Graciela Iturbide