
La emblemática Plaza de Santo Domingo en Ciudad de México
La Plaza de Santo Domingo es uno de los conjuntos monumentales más interesantes y patrimonio cultural de la humanidad en 1987.
Por: Uriel Caballero González.
No sería exagerado decir que el centro histórico de la ciudad de México es el “corazón” simbólico del país. En sus casi 10 kilómetros cuadrados se pueden encontrar restos y edificios que abarcan todas las etapas de la historia de México, desde las aldeas prehispánicas hasta modernos centros comerciales y administrativos.
El casco antiguo de la ciudad de México comprende plazas, mercados, cantinas, templos religiosos, vecindades y ruinas arqueológicas. A lo largo de las calles que comprenden sus 665 manzanas se puede sentir la vitalidad de los habitantes de una nación que, igual van de paseo dominical o en busca de una oferta en los cientos de tiendas especializadas que hay allí.
Nuestro propósito a lo largo esta serie de pequeñas notas es explorar algunos de los puntos emblemáticos del conjunto monumental conocido colectivamente como Centro Histórico de la Ciudad de México, que fue declarado patrimonio cultural de la humanidad en 1987.
El centro histórico es fascinante entre otras cosas porque allí se mezclan pasado , presente y futuro. En ocasiones, para explicar el origen de sus plazas y edificios es necesario remontarse a lugares lejanos y a otros momentos de la historia universal. Tal es el caso de la Plaza de Santo Domingo. Ésta se encuentra a pocas cuadras al sur de la Catedral y es uno de los conjuntos monumentales más interesantes de la zona. Casi codo a codo se encuentra la Iglesia de Santo Domingo, El palacio de la Inquisición, la antigua aduana y los famosos portales que exudan picaresca.
El origen de su nombre lo encontramos en Santo Domingo de Guzmán (1170 – 1221), un religioso español que, para combatir la herejía de los cátaros en el sur de Francia, fundó la Orden de los Predicadores o frailes dominicos. El celo de los dominicos por la defensa de la ortodoxia cristiana pronto hizo que los papas y reyes los pusieran a cargo de los tribunales del Santo Oficio o Inquisición. En los siglos finales de la Edad Media, los dominicos y franciscanos encabezaron un importante movimiento de renovación espiritual y pastoral en los reinos de Europa occidental. No es de extrañar que Hernán Cortés pensara en ellos como los frailes ideales para comenzar la evangelización de la Nueva España.
El primer grupo de dominicos llegó a México en 1526. Inmediatamente, el cabildo de la ciudad les donó un solar donde comenzaron a construir un convento y una iglesia propia. En el convento comenzó a operar formalmente el Tribunal del Santo Oficio o Inquisición. Los predicadores también fundaron importantes conventos en Puebla, Oaxaca y Guatemala. Los dominicos, al igual que otras órdenes religiosas, hicieron un esfuerzo por aprender las lenguas de los pueblos originarios, para así poder predicar mejor el cristianismo. Los hijos de Santo Domingo fueron los primeros en publicar gramáticas bilingües de español con mixteco, zapoteco.
Poco queda de la iglesia y el convento original. Ambos sufrieron graves daños durante la gran inundación de la ciudad de México entre 1629 y 1634, y posteriormente fueron reconstruidos siguiendo el estilo barroco bajo la dirección de Pedro de Arrieta, uno de los más importantes arquitectos novohispanos, a quien encontraremos frecuentemente en estas crónicas. La descripción de estos dos edificios la dejaremos para entregas posteriores.