
Una revolución en el arte
Pese al escenario de violencia que implicó la Revolución Mexicana, un ámbito, el de la cultura, tomaría un sentido acorde con el de los cambios.
Por: Eduardo Reyes
Al finalizar el siglo XIX, México vivía una situación caracterizada por la desigualdad de las clases sociales, la falta de democracia, el autoritarismo y el control absoluto de un grupo que, encabezado por el presidente Porfirio Díaz, mantenía todos los privilegios posibles. La necesidad de un cambio era evidente, pero en ese contexto no podía producirse éste por una vía pacífica. Así, cada día crecían más las condiciones que producirían una revolución que buscaría transformar de raíz todos los males que más de treinta años de porfiriato habían generado.
Diversos grupos a lo largo y ancho del país, con las más variadas características e intereses, así como condiciones, impulsaban dicho proceso. En el norte, un hacendado impulsaba la unificación de los diversos movimientos y grupos que había en el país y que buscaban un cambio. Francisco I. Madero crecería en popularidad y ello se traduciría en fuerza política y prestigio. De esta manera los primeros grupos en seguirlo estarían encabezados por Pascual Orozco y Francisco Villa.
Pronto el descontento acumulado a lo largo de varios años se conjugó con otras circunstancias que incluyeron el deseo de algunos integrantes del propio grupo en el poder, por asumir ahora ellos la presidencia, entre éstos se encontraba, Bernardo Reyes y el propio sobrino del presidente, Félix Díaz.
Este periodo, con todo y lo sangriento que fue, define un antes y un después en la historia de México, siendo el punto de partida de una serie de cambios que mejoraron en todos los sentidos, a una parte considerable de sus habitantes. Una cierta justicia social, un desarrollo material que mejoró la vida de una mayoría del país, una modernización del orden político y económico, así como una nueva constitución que incorporaría nuevos derechos sociales y ciudadanos, marcarían el nuevo rumbo del país.
Pese al escenario de violencia que implicó la revolución, un ámbito, el de la cultura, tomaría un sentido acorde con el de los cambios señalados. Así tenemos dos momentos, el primero durante el desarrollo del movimiento, caracterizado por describir y cuestionar los sucesos de la revolución, en la fotografía, los hermanos Casasola, Heliodoro Gutiérrez y Antonio Garduño. En la literatura con escritores como Mariano Azuela, Martín Luis Guzmán y Francisco Luis Urquizo. En la pintura, el Dr. Atl y Francisco Goitia.
En el momento posterior a dicho movimiento, México vive uno de sus mejores momentos en el arte, con la llamada Escuela Mexicana de pintura y con el movimiento Muralista, el cual buscó impulsar elementos de identificación entre los mexicanos y lograr con ello sentar las bases de un cierto nacionalismo.
Si bien durante el desarrollo del movimiento armado, la propia situación no permitía la existencia de una amplia vida cultural, hubo pese a todo pintores que describieron a través de su arte los horrores de la revolución, tal es el caso de Orozco o de Francisco Goitia. Un caso especial es el de José Guadalupe Posada, que por medio de sus grabados hizo crítica del gobierno de Porfirio Díaz, resalto el papel de algunos de los líderes del movimiento armado, como Villa y Zapata, al mismo tiempo que destacó escenas de vida cotidiana que permiten imaginar el día a día de los sectores más pobres del país.
Será al término del movimiento revolucionario, que se desarrollará una de las etapas más ricas del arte mexicano, con el desarrollo de la llamada Escuela Mexicana de Pintura, que tendrá como eje el muralismo y donde diversos artistas, algunos de los cuales habían pasado algún tiempo en Europa o Estados Unidos, se encargarían de darle una personalidad propia al arte, dotándolo de una serie de características que resaltaban la historia y la cultura popular de México como la base de una nacionalismo que buscaría además repensar el pasado para construir un futuro. Además, algunas ideas de izquierda se sumarían a esta propuesta artística. Todo ello trascendería fronteras y pondría a México en centro del arte mundial.
La llegada a la presidencia por parte de Álvaro Obregón significó la búsqueda de una identidad nacional, que tuvo como su principal creador y promotor, al filósofo y escritor, José Vasconcelos, quien había fungido como rector de la Universidad Nacional de México (hoy UNAM) y con el nuevo presidente se convertiría en el secretario de la recién creada Secretaría de Educación Pública, posición desde la cual Vasconcelos buscaría una transformación de México, tanto en el ámbito de la educación a través de la creación de un número significativo de escuelas públicas, como de las llamadas Misiones Culturales.
Por otra parte, Vasconcelos buscará promover los principios de la Revolución como una forma de transformación de las conciencias y con ello una auténtica revolución que cambiará y modernizara a nuestro país. La tarea para difundir dichos principios se centrará en los tres artistas más reconocidos en ese momento, Diego Rivera, José Clemente Orozco y David Alfaro Siqueiros.
Diego Rivera, el primero en ser invitado por Vasconcelos para formar parte de este proyecto nacionalista, pese a haber vivido muchos años en Europa y conocer de primera mano las diferentes corrientes artísticas, regresó a México y desarrolló un estilo propio que sentó una de las bases del mencionado arte nacionalista. Resalta de esto, que retoma elementos del arte popular, de la historia de México, de los grupos hasta ese momento invisibilizados, como campesinos y obreros, además de diversas ideas del socialismo. Sus murales serán además una crítica al capitalismo y la burguesía. Con todo ello, Rivera impulsa un arte que contribuye a forjar un orgullo nacional.
Por su parte, José Clemente Orozco, que había sido testigo de primera mano de la Revolución, se incorpora a este proyecto, al cual aportará una visión más centrada en los hechos violentos y una especie de reivindicación de las clases sociales desposeídas. Además, hará de los mitos de la historia de México una forma de difundir el pasado de los mexicanos.
David Alfaro Siqueiros, será quien aporte la visión más radical de la historia de nuestro país, al resaltar las luchas sociales desde una perspectiva marxista y su planteamiento de la lucha del proletariado. Las imágenes que resalta destacan el papel de los obreros y sindicatos y cómo sus movimientos representan el posible futuro de México.
Si bien “Los tres grandes”, no solo ocuparon la mayor parte de la escena del arte al terminar la revolución y marcaron una línea de cómo debía ser, la gama de artistas de la Escuela mexicana de pintura, se caracterizó por su número y estilos, destacando entre otros, Rufino Tamayo, Juan O’Gorman, Roberto Montenegro, Manuel Antonio Rodríguez Lozano. Dos mujeres fueron fundamentales en este periodo, Frida Kahlo y María Izquierdo.
Así, al cumplirse 112 años del inicio del movimiento armado más importante de nuestra historia, debemos recordar no solo los cambios políticos, económicos y sociales, sino también la enorme transformación cultural que impulsó, quizá, la vanguardia artística más de nuestra historia. De esta forma, el dolor y el sufrimiento provocados por la revolución tuvieron su contraparte en uno de los ámbitos más importantes del ser humano, el del goce estético, el de la riqueza del espíritu, el que tal vez, nos haga más humanos, el del arte.